miércoles, 3 de julio de 2013

PRENSA CULTURAL. "Crímenes a la milanesa". Diego A. Manrique

Giorgio Scerbanenco

   En "El País":

Crímenes a la milanesa

Conviene buscar lanzamientos que ni siquiera fueron reseñados en la prensa. Como los baratos libritos amarillos firmados por Giorgio Scerbanenco

 23 JUN 2013

Un aviso: si están pensando en aprovisionarse de ficción noir para el verano, no se hagan ilusiones. El boom de la novela negra ha llenado las estanterías con basura bellamente presentada. Se lo dice alguien escarmentado por libros cuyo único incentivo es el decorado de fondo, por demasiados autores consagrados en piloto automático y, finalmente, por esa insistencia de muchas editoriales españolas en lanzar a los clásicos vivientes de mala manera, prefiriendo los títulos más recientes a sus trabajos esenciales.
 Así que conviene hurgar. Buscar lanzamientos que ni siquiera fueron reseñados en la prensa (entre otras razones inconfesables, por ser políticamente muy incorrectos). Como los baratos libritos amarillos firmados por Giorgio Scerbanenco. La piedra fundacional del poliziesco all'italiana. Las escasas fotos que circulan de Scerbanenco (1911-1969) pertenecen a su última época. Vemos a un pájaro flaco con su Olivetti portátil, en lo que parece un modesto piso de clase media. Ni rastros del decorado habitual del escritor de éxito, con las estanterías cargadas de libros y recuerdos.
De vanidad, la justa. Scerbanenco se sabía obrero del sector editorial. Nacido en Kiev, su padre fue víctima de la revolución rusa; su madre italiana le llevó a Milán antes de morir. Trabajó en fábricas y almacenes; solo alcanzó una mínima estabilidad económica en 1945, cuando Rizzoli le encargo la dirección de revistas populares como Novella, Bella y Annabella.
¿Director? Qué broma: se ocupaba tanto de rellenar secciones como de escribir cuentos bajo mil seudónimos. Al mismo tiempo, publicaba novelas de quiosco, lo que pedía el mercado: ciencia-ficción, romántica, western y, sobre todo, policiacas. Oreste del Buono no pretendía ser insultante cuando describió a Scerbanenco como “una máquina de escribir historias”.
Scerbanenco probablemente habría quedado como un cagatextos más para estudiosos de la subcultura de no decidir, a mediados de los sesenta, subir el listón. Situó en el pujante Milán al doctor Duca Lamberti. Médico imposibilitado de ejercer tras una condena por eutanasia, Lamberti encuentra acomodo en la Jefatura de Policía de Milán, con un puesto extraoficial que le permite investigar a su modo. Personaje amargado, Lamberti consagra su inteligencia fría a mantener la vigencia del Código Penal.
Tolera —y practica ocasionalmente— los hábiles interrogatorios, se evade si le preguntan por la pena de muerte, desconfía de la reinserción. No esperen coartadas sociales: Lamberti persigue con igual saña a peces gordos y delincuentes menores. Manifiesta especial antipatía por proxenetas, prostitutas, drogadictos, homosexuales y, sí, modernos melenudos.
Estamos en la cara B del milagro económico italiano: industriales viciosos y burgueses corruptos que tratan con marginales. Akal ha recuperado las novelas de Lamberti: la inaugural Venus privada (1966),Traidores a todos (1966), Muerte en la escuela (1968) y Los milaneses matan en sábado (1969). Akal rescata también dos espléndidas colecciones de relatos, Milán calibre 9 (1969) y el póstumo Los siete pecados y las siete virtudes capitales.
La única novedad reciente es Matar por amor (Almuzara), que recoge 20 cuentos publicados en Novella entre 1948 y 1952, entre melodramáticos y moralistas. Todavía no había dado el salto a la literatura hard boiled, que exigía alejarse de los escenarios tópicos (EEUU, París, Marsella, Londres), olvidar los finales reconfortantes, una sordidez implacable.
Scerbanenco falleció justo cuando el cine y la televisión descubrían el potencial de sus historias. El giallo, como se conocía la novela policiaca por las portadas amarillas que usaba Mondadori, ascendía a género respetable, por sus inquietantes representaciones de la realidad. La Italia de la Democracia Cristiana iba a pasar por la mesa de disecciones.

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