jueves, 31 de octubre de 2013

PRENSA CULTURAL. Sobre Antonio Muñoz Molina


   En "El Confidencial":
ANTONIO MUÑOZ MOLINA, A LAS PUERTAS DEL PREMIO

El príncipe republicano sube al trono

Antes de recibir el viernes el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, tendrá que pasar por la comparecencia pública y multitudinaria, en Oviedo,ante más de mil personas de 59 clubes de lectura de Asturias y Cantabria. Los lectores han leído la obra del premiado y compartirán con Antonio Muñoz Molina las conclusiones de sus lecturas. Es uno de los actos que le esperan al autor que el jurado del premio destacó por la hondura y brillantez de su prosa, así como por su condición de intelectual comprometido con su tiempo.
¿Qué es lo que pretende Muñoz Molina en su obra? Contestó a El Confidencial, la última vez que atendió al medio, que quiere contribuir a un debate democrático, que antes del elogio pretende ser útil en el sentido “más práctico y honesto del término”. Las pretensiones del escritor de Sefarad (Alfaguara) o Beltenebros (Seix Barral), después de tres décadas ejerciendo el oficio, pasan por interrogar a la sociedad española y averiguar qué nos pasa, qué se puede hacer y por qué estamos arriesgando las cosas fundamentales. 
La vocación de contar el mundo, de preguntarse por el bien y el mal; de no volver a cometer el error él mismo –como apunta en su último ensayo– de despistarse con el ruido y denunciar todo lo que ponga en peligro lo que era sólido. Este es el ideario humanista que defiende Antonio Muñoz Molina, con sus reflexiones, sus palabras y su literatura:
UNO. Bien, la República. “Es una forma de gobierno más democrática que la monarquía”, aseguró el escritor de Todo lo que era sólido (Seix Barral) el día en que le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras ante los medios, en la Casa de América. Matizó que como forma de gobierno también tiene sus perversiones y que si le dieran a elegir entre la república holandesa y la venezolana, prefiere la primera. Antonio Muñoz Molina no es monárquico, aunque valora el papel de los Borbones: “A España le vino muy bien la presencia del rey en la Transición. En ese momento fue muy útil. Pero las personas que en la actualidad encarnan la institución no han estado a la altura de las circunstancias”. Fiel a su espíritu crítico, aclara que “el ideal republicano se ha cumplido en regímenes monárquicos con más eficacia que en regímenes republicanos”. 
DOS. Mal, el político. No en general, sino el político profesionalizado. El que hace carrera y oficio del bien común. “Deberíamos limitar los mandatos políticos para que no se pueda profesionalizar”. La crítica a la que somete en Todo lo que era sólido a esta clase política degenerada y pervertida empieza por la obediencia de partido: “El parlamento ofrece a diario el espectáculo entre grotesco y decadente de la obediencia en bloque a las directrices del partido, el aplauso cerrado al líder, el insulto soez al contrario”. Cualquier muestra de entendimiento ideológico es entendida como alta traición entre los políticos, para los que “la templanza es tibieza; el término medio, equidistancia y cobardía”. Y el repaso definitivo a todos sus defectos: “Han predicado la greña, la violencia verbal, la irresponsabilidad personal y colectiva, el halago, la intransigencia, la palabrería embustera, la falta de rigor, la indulgencia hacia el robo, el victimismo, el narcisismo, la paletería satisfecha, el odio, la grosería populista, el desprecio a las leyes”.
Jordi Évole y Antonio Muñoz Molina, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. (Efe)
TRES. Bien, el aguafiestas. La deriva autobiográfica de Todo lo que era sólido, el último libro de Muñoz Molina, culmina en una clara penitencia por no haber estado a la altura de las circunstancias. Como casi nadie. Cuenta en entrevista con este periódico que era consciente del delirio político, pero no de cómo los ayuntamientos se convertían en máquinas de corrupción y negocio sucio. “El único que ha estado a la atura ha sido El Roto”, dice. Mano dura y cara de acelga contra la troika española: ladrillo, corrupción e injusticia. Es crítico con la generación de los sesenta, la suya, que “no ha querido ser mayor y ha renunciado a su responsabilidad”. Revisar el pasado para conocer el origen de los problemas de este país y, entre ellos, Antonio Muñoz Molina señala la tendencia desaforada a la celebración que tiene España.
CUATRO. Mal, la manipulación territorial. “La ciudadanía en España ha estado manipulada por el factor partidista y el factor territorial. Se ha prestado poca atención a lo que se ha hecho en los ayuntamientos. Hubo una moda que fue la recuperación de lo propio, lo verdadero. Una obsesión por recuperar lo originario. Mientras se habla de estas tonterías, no se habla de cosas importantes y se favorece una imagen populista y chabacana. Lo prerromano tira mucho”, explicaba el escritor en su encuentro con el presentador Jordi Évole en la Residencia de Estudiantes, el junio pasado. “Se habla mucho de nacionalismos, pero muy poco de las imitaciones nacionalistas, como la andalucización de Andalucía, con un canal de TV para convencernos a los andaluces de lo andaluces que somos y puros de espíritu rociero…”  
CINCO. Bien, la soberanía. “Necesitamos la ficción porque es un acto de soberanía. Es un acto de resistencia enconada”, dice. Recuerda lo fácil que lo tenían los escritores de su generación para escribir buenos libros, con la democracia recién estrenada, con un público que no existía pero que quería leer las novelas de todos ellos, formaban la primera generación que empezaba a publicar en libertad y contra Franco. Hoy: “El lector de nuestro país sigue siendo muy sofisticado. La literatura nunca ha sido un fenómeno de masas, aunque me preocupa que con la excusa de la tecnología desaparezcan cosas como la educación, las bibliotecas, las librerías… La literatura es mucha gente que cuida del libro, mucha gente”. Es muy crítico con las grandes empresas tecnológicas que aspiran a destruir el ecosistema literario para plantar un monocultivo y ser los dueños.
SEIS. Mal, la irresponsabilidad. “A nadie le ha interesado la otra parte del sistema democrático, que es la responsabilidad personal”, aseguraba a este periódico. Las cosas eran mucho menos sólidas de lo que parecía y el hundimiento ha pillado sin hacer los deberes a los escritores como él, ciegos por no saber “lo que ocurría en medio de la agitación del presente, por la distracción, por la irresponsabilidad” y porque cada uno está a sus propios asuntos. El escritor dice que la Transición fue un espejismo, porque no era tan intocable, ni tan sagrada, ni tan infalible. Reclama al ciudadano extremar la voluntad de trabajo para ser productivos y sobrios, reforzados por un sistema educativo que fortalezca las capacidades del mayor número de personas. “No hay sitio ya para la autoindulgencia, la conformidad y el halago”.
En la rueda de prensa de la concesión del Premio Príncipe de Asturias. (Efe)
SIETE. Bien, lo público. A Antonio Muñoz Molina lo que más le preocupa (y “aterra”) de este hundimiento es que por falta de carácter cívico, y por la incapacidad para ponernos de acuerdo en la defensa de lo fundamental, “permitamos la privatización de la vida”. Todo lo que se adquiere se pierde. “Nada está garantizado”. Y menos irónico de lo que parece: “Eso también te da mucha esperanza, porque no tenemos garantizado ni lo malo”. Aboga por la esperanza y el derrocamiento del determinismo que nos lleva a caminar en una dirección única. “Hay ejemplos para la esperanza: ¿cuánto tiempo hace que no escuchas la expresión ‘ruido de sables’?”.
OCHO. Mal, el retraso. “Podríamos haber creado un país sólido con todo el dinero que hemos derrochado y esa oportunidad la hemos perdido”. Su propuesta es debatir sobre cosas reales: qué tenemos, qué hemos hecho bien. Y apostar por nuestra mayor riqueza: “El que tiene una lengua como el castellano, que es multinacional, es como quien tiene petróleo”.    
NUEVE. Bien, en corto. El relato es el laboratorio I+D de la novela: no existe un elemento de la narrativa que no se estudie en un cuento y ahí están todos los problemas que se plantea un novelista: punto de vista, arranque, final, el tiempo, la voz, el equilibrio entre lo que se cuenta y lo que se esconde. “La novela corta es tal vez la modalidad narrativa en la que mejor resplandece la maestría”, escribe en el prólogo del libro Carlota Fainberg (Alfaguara). El menú de la experiencia de la lectura tiene tantos platos como imaginación el cocinero. José María Merino define un cuento como algo que empieza pronto y termina enseguida y Muñoz Molina suele recordarlo para subrayar la cualidad sustantiva de este género, más propio de las revistas que de los libros. El autor de Nada del otro mundo (Seix Barral) guarda en un lugar privilegiado El nadador de Cheever, los de la Nobel Alice Munro y la unidad de los cuentos de Juan Eduardo Zúñiga, autor de Largo noviembre de Madrid.
DIEZ. Mal, la retórica. “Las palabras le permiten a uno ser heroico sin correr ningún riesgo”, escribe en su último ensayo. El autor reclama antídotos contra la palabrería y a favor de la claridad como principio político. La obscenidad del mal uso de las palabras ha logrado que no veamos la separación entre la estética y la política. “Como escritor y como ciudadano quieres que las palabras sirvan para contribuir al conocimiento de la verdad, más que para envolverla”.  

No hay comentarios: