Hartmut Rosa es uno de los filósofos más influyentes en el panorama europeo, en parte porque es la figura más representativa de lo que se dio en llamar Escuela de Fráncfort (de donde salieron Theodor AdornoMax Horkheimer, Jürgen Habermas o Axel Honneth) y en parte porque es uno de los escasos pensadores que ha prestado atención a un fenómeno tan decisivo en nuestra vida cotidiana como es la aceleración del tiempo. En su último libro, Aliénation et accélération (Ed. La Découverte), Rosa analiza los cambios sociales en los que nos vemos obligados a desenvolvernos, y subraya algunas de sus paradojas.
Así, una de las máximas en las que se basaba la sociedad moderna era su carácter de espacio en construcción. Si en el pasado las posiciones sociales quedaban determinadas por el nacimiento, en la modernidad no estaban definidas de antemano. La idea era que el estatus, los privilegios y las riquezas fueran el resultado de los logros y los méritos de cada cual en un mundo en competencia. Por eso las generaciones eran consideradas el germen de la innovación: los hijos elegían su oficio, tenían su propia familia y sus propias metas, y triunfaban o fracasaban por sí mismos. La lucha en competencia sería la que terminaría por determinar el espacio a ocupar en la sociedad. Así, señala Rosa, las luchas por el reconocimiento lo eran también por alcanzar un lugar mejor en la escala social.
El reconocimiento ya no depende de lo que uno es, sino de la evaluación continuaHubo muchas críticas respecto de esta pretensión, en especial respecto de su veracidad, pero resultan ya irrelevantes, porque el problema no es ese, señala Rosa. La aceleración en la que estamos inmersos ha llevado a que los cambios no sean intergeneracionales, sino que se produzcan dentro de la misma generación. Hoy no basta con alcanzar la meta que buscábamos, porque nada dura, ni el trabajo, ni la pareja, ni las filiaciones políticas o religiosas. Ya no basta con ser directivo, profesor, director de periódicos, conserje o dependiente de tienda, porque el reconocimiento no depende de lo que uno es, sino de su rendimiento.
La presión ligada a los resultados
Si los números trimestrales de un directivo son negativos, si el profesor no publica la cantidad de artículos adecuada o si los lectores de un diario no aumentan, esos profesionales se irán a la calle con independencia de los méritos que hubieran exhibido para llegar allí. Del mismo modo, en el escalón inferior de la escala laboral la presión ligada al rendimiento también aumenta, al primar los contratos temporales y por tanto la evaluación continua. Los triunfos y los logros de ayer no sirven para hoy, lo ganado en un día se pierde al siguiente: el reconocimiento ya no es acumulativo. Somos plenamente conscientes de que lo que hoy nos hace valiosos mañana por la mañana puede resultar completamente prescindible.
Somos plenamente conscientes de que lo que hoy nos hace valiosos mañana por la mañana puede resultar completamente prescindibleEste cambio de lógica, que pasa de una competición posicional a la competencia por el rendimiento, consigue que nos veamos amenazados por una constante inseguridad, que nos percibamos sujetos al azar y que tengamos un sentido creciente de inutilidad. Sabemos que quien salga de la carrera se quedará atrás, quizá para siempre, con lo que nos afanamos en seguir corriendo. Esa actitud, señala Rosa, provoca que los padres se vuelvan paranoicos desde el mismo momento en que nace el niño, y traten de prepararle al máximo para que pueda competir con opciones en la pelea vital y laboral que le espera. Para Rosa, somos hámsters que estamos permanentemente corriendo en la rueda para no caernos. La aceleración no nos lleva a ningún sitio, pero no paramos de movernos.
La hipótesis que defiende Rosa es que la aceleración social, que nos obliga a ese sobreesfuerzo, se ha convertido en una fuerza totalitaria propia de la sociedad moderna tardía “y debe ser criticada como todas las demás fuerzas de dominación totalitaria”. Rosa no utiliza esa palabra para referirse a un dictador, a un partido o a un régimen político, sino que lo hace para definir a un poder abstracto que somete a todos los que viven bajo su dominación.Según Rosa, podemos considerar un poder como totalitario cuando a) ejerce una presión sobre la voluntad y las acciones de los sujetos b) no se puede escapar de ella, afecta a todo el mundo c) su presencia no se limita a una esfera u otra de la vida social, sino que está en todas ellas. d) es difícil o casi imposible criticarle o combatirle.
Cuando el miedo nos despierta por la noche
Cuando alguien vive en una dictadura como la de Corea del Norte o como la de Sadam, señala Rosa, puede encontrar una manera de escapar, por mínima que sea, a los mandatos de sus dirigentes y a la vigilancia de su policía secreta, y siempre habrá aspectos de la vida privada que queden fuera de las órdenes de esos tiranos. Con la aceleración social, sin embargo, no hay nada que podamos hacer para escapar a ella, porque transforma por completo nuestro tiempo y nuestro espacioEjerce una presión constante, de forma que estamos continuamente pendientes de no perder el ritmo, de no salir fuera de la rueda, de seguir cumpliendo con los resultados para no quedar excluidos. Y si aquellos que inician la competición desde una posición privilegiada ponen toda su energía en no perder pie, quienes parten con desventaja, o quienes han caído en la enfermedad o el paro, están agobiados por si no pueden regresar a la carrera.  
Es algo que no está sujeto a construcción social y que por lo tanto no puede discutido, criticado o combatidoEstas situaciones, subraya Rosa, son peores que las vividas en las dictaduras totalitarias, porque si en ese entorno el miedo a que el régimen nos persiga puede hacer que nos despertemos por la noche sintiendo una presión en el pecho que nos impide respiraren Occidente hay muchas personas que se despiertan así sin necesidad de sentir la amenaza de la policía secreta.
El problema mayor de esta situación, finaliza Rosa, es que la percibimos como un dato natural, algo que no está sujeto a construcción social y que por lo tanto no puede discutido, criticado o combatido. Todo el mundo se queja de que no tiene tiempo, de que no puede gestionarlo, de que sufre demasiada presión o de que la exigencia diaria es excesiva, pero lo viven como si no pudiera ser de otro modo, como si fuera algo que está más allá del dominio de lo político y de lo social.