domingo, 16 de febrero de 2014

PRENSA CULTURAL. Sobre "Siete ciudades en África", de Lorenzo Silva

Lorenzo Silva

   En "El Día de Córdoba":

Cruzando el puente (hacia ciudades sin fronteras)

Lorenzo Silva publica 'Siete ciudades en África', un recorrido por las historias de Ceuta, Larache, Tetuán, Xauen, Melilla, Nador y Alhucemas
FRANCISCO CAMERO | ACTUALIZADO 20.10.2013 Conocer a otros es conocerse a uno mismo. Lorenzo Silva cree en esto, "sobre todo", dice, "cuando los otros han compartido nuestro camino", y en que "las fronteras se mueven", pero "las ciudades, en cambio, permanecen". Éste es el espíritu que recorre las páginas de Siete ciudades en África: Historias del Marruecos español, un libro recién publicado por la Fundación José Manuel Lara y con el que cierra su colección Ciudades andaluzas en la Historia, uno de sus proyectos más cuidados y queridos. 

Autor de La flaqueza del bolchevique y de la serie de novelas policíacas protagonizadas por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, por las que es especialmente conocido, y cuya última entrega, La marca del meridiano, se hizo el año pasado con el Premio Planeta, Silva es un apasionado de la época del Protectorado español en Marruecos. En ese primer tercio del siglo XX, una época, dura y violenta, que "con sus luces y sus sombras, sus glorias y sus miserias" daría para "toneladas de novelas", estaban ya ambientadas dos novelas anteriores de este autor nacido en Madrid en 1966: El nombre de los nuestros, sobre el desastre de Annual, y Carta blanca, amén de su libro de viajes Del Rif al Yebala

"Cuando empecé a rastrear en la abundante bibliografía sobre el Protectorado, toda ella muy antigua y muy mal reeditada, descubrí cosas sorprendentes. Hay mucho material, pero poca literatura, a mi juicio muy pocas novelas. Porque pienso que la guerra de Marruecos es un episodio en la historia española de proporción yo diría que comparable, incluso superior, a lo que supuso para Inglaterra la Primera Guerra Mundial e incluso también la Segunda", dice Silva, que recientemente ha presentado su libro, un híbrido entre el ensayo divulgativo y el relato, en la sede de Planeta en Madrid. 

Tras esa inmersión -motivada también por algunas raíces familiares- publicó las obras citadas más arriba, y llegó un momento, confiesa, en el que se apartó deliberadamente del tema: "Literalmente me abrumó, pensé que esa época podía devorar toda mi vida como escritor". Pero no obstante, cuando años después desde la Fundación José Manuel Lara le plantearon el proyecto, descubrió que sentía "nostalgia". Decidió entonces volver a ese territorio -no sólo geográfico, también espiritual-, pero "abordándolo con otro enfoque". 

El resultado, Siete ciudades en África..., es en buena medida una historia militar, pero una infrecuente, ni teñida de esa "época casposa" que tanto promovió el franquismo, ni tampoco de ese "cierto desdén del pensamiento progresista" hacia la presencia española en el continente africano, sino de "gran delicadeza", apunta el editor Ignacio F. Garmendia. Para realizar ese recorrido por el Protectorado -que no abarca toda su historia, sino que se detiene en la pacificación de la zona- Lorenzo Silva eligió siete ciudades que le sirven como hilo conductor del relato: Ceuta, Larache, Tetuán, Xauen, Melilla, Nador y Alhucemas, dos de ellas españolas y las restantes marroquíes, "pero con una clarísima huella española y en particular andaluza."Hay otros lugares en Marruecos donde se percibe esa huella, pero elegí esas siete porque esa selección me permitía hacer un recorrido geográfico, de oeste a este, y al mismo tiempo cronológico. De Ceuta a Alhucemas, de punta a punta, se puede recorrer la historia del Protectorado; de lo que fue su momento más duro, el de la conquista". 

"Porque fue una conquista militar, sí", dice el escritor, aunque a partir de aquí deja de haber verdades absolutas. "En el libro -explica- intento mostrar que esa conquista se hace por multitud de razones, contradictorias y hasta paradójicas. Había gente que quería ir a Marruecos para ascender rápido en el escalafón: los famosos militares africanistas, luego tan denostados e injustamente identificados todos como golpistas. También había gente que fue con una sincera voluntad de civilizar, de contribuir a la prosperidad de los marroquíes, claro que ignorando el pequeño detalle de que estos no los habían llamado y que muchos de ellos, de hecho, no tenían ningún interés en ser civilizados ni a la europea ni a la española; pero lo cierto, en todo caso, es que en España existió esa inquietud y ahí están los discursos de Joaquín Costa. Por supuesto, hubo otros que fueron pura y simplemente a hacer pasta, pero pasta pasta gansa. En las afueras de Mellilla, por ejemplo, se descubrió en vísperas de la Primera Guerra Mundial uno de los yacimientos a cielo abierto de hierro más ricos del mundo. De allí salió el material para los fusiles de franceses, británicos y alemanes: fue un negociazo, y lo explotó el conde de Romanones, entre otros miembros de la oligarquía financiera española, muy vinculada a la Corona y en este sentido no es casual que Alfonso XIII visitara hasta tres veces Melilla en muy poco tiempo". 

Desde luego, hubo también quienes condenaron la decisión de aventurarse a un conflicto de consecuencias en el mejor de los casos inciertas. "Toda una corriente de españoles -apunta el autor- tenían el convencimiento de que sería un desastre. España había perdido su imperio colonial y estaba hecha unos zorros después del desastre del 98, y lo último que necesitaba era meterse en un territorio para tratar de someter por la fuerza a una gente tan belicosa. El coste de la conquista de Marruecos, eso demostró la historia, fue inasumible para el país. No sólo arruinó sus finanzas, sino que además perturbó gravemente al Ejercito. Porque de la guerra hay que volver. Eso si no se muere, y murieron muchos: ahí está el desembarco de Alhucemas, una operación que ha pasado a la historia como exitosa a pesar de que murieron en ella más españoles que marroquíes, varios miles. Pero los que no murieron y volvieron lo hicieron llenos de rencor. Aparte de que cuando llegó 1936 muchos españoles sabían no sólo usar armas, sino usarlas en combate, y estaban en los dos bandos". 

En este aspecto, Silva reproduce en el libro "una profecía de [Ángel] Ganivet que resulta estremecedora". El escritor y diplomático granadino advirtió, "40 años antes de la Guerra Civil", de que si España iba finalmente a la guerra con Marruecos, "supondría la caída de la monarquía, un experimento republicano y probablemente una guerra". "En fin, no se equivocó en nada", dice el autor, que aborda en el libro el conflicto, que existió y sería impensable obviar, pero sin olvidar las claves "políticas, ideológicas, culturales y económicas". Y es que pese a que los hechos militares le sirven para pautar todos esos episodios, el escritor procuró no limitar su relato de aquellos tiempos extraordinariamente convulsos en el norte de África a una sucesión de batallas ganadas y perdidas. 

Quería contar también, continúa, una historia fundamental, "una que siempre tenemos a medias pero que nunca hemos dejado de iniciar". "Aparte de las guerras, de los conflictos y de todos los problemas, España ha construido una buena parte de Marruecos, para empezar las siete ciudades en las que se centra el libro aunque no ellas solas. "Basta con visitarlas", dice. "La primera vez que vi Alhucemas me dije: ¡esto es Andalucía! Y si uno va a Xauen se encuentra con un pueblo de la serranía granadina o malagueña. Si visita Larache, ve su plaza mayor, en su momento Plaza de España, construida por españoles pero más que eso, porque hay algo que no mucha gente sabe, y es que en el siglo XVII el sultán de Marruecos le entregó la ciudad al rey de España, y fue España la que la gobernó y diseñó su urbanismo durante todo ese siglo. Lo mismo sucede con Tetuán y Xauen, que eran dos pueblecitos medio ruinosos cuando llegaron allí grupos de expulsados del Reino de Granada y también moriscos. O Nador, que era prácticamente cuatro casas a principios del siglo XX. O Alhucemas: donde hoy está esa ciudad, en 1925 no había nada, absolutamente nada". 

"Para mí era muy importante resaltar no sólo el choque, sino lo que ocurre cuando dos culturas se mezclan. Cuando eso pasa, pueden realmente levantar algo", dice Silva, que arranca el libro con una dedicatoria a su hija de ocho meses. "Para Nuria -escribe-, nacida a la vez que estas páginas, y que un día, espero, verá el puente". No es una metáfora: "Esas palabras son cualquier cosa menos casuales. Espero que algún día ella pueda verlo. A mí me gustaría verlo. Y de hecho sigo sin entender por qué todavía no lo he visto. Cuando alguien se plantea por qué no se ha hecho el puente o el túnel bajo el Estrecho de Gibraltar para vadear 15 kilómetros, sólo 15 kilómetros, porque ambas cosas son viables, y precisamente hay empresas españolas implicadas en la construcción del segundo canal de Panamá...; cuando uno pregunta esto siempre surgen razones peregrinas: no, es que no interesa comunicar África con Europa; no, es que ya vienen bastantes en las pateras, no les vamos a poner encima una autopista. Hombre, por favor. Sería una de las obras civiles más simbólicas del mundo, pero es que además sería económicamente rentable: ¿cuántos millones de personas cruzan el Estrecho al cabo del año? Pues no, este país se ha llenado de estaciones de AVE fantasmas, de aeropuertos vacíos, de monumentos levantados a la nada, pero esto no se puede hacer. Me produce perplejidad. Deberíamos conocer mejor quiénes somos y de dónde venimos". Una parte de estos recelos, opina, es la "tendencia a reducir la historia de España a la España cristiana". 

"Pero España fue también, antes de eso, un califato musulmán, que extendio además su dominio bien adentro de Marruecos. Todo eso forma parte de la historia porque tiene sentido que sea así. Son dos lugares demasiado cercanos como para vivir de espaldas el uno respecto al otro. Creo sinceramente que Marruecos es una gran oportunidad para Occidente de empezar a gestionar sus relaciones con el mundo islámico. Además, el islam marroquí siempre fue el más permeable, el más dúctil, porque era el territorio más alejado de La Meca. Los marroquíes siempre fueron pragmáticos, nunca fundamentalistas. Hay diferencias, vale, y eso conlleva complicaciones, pero tampoco se trata de eliminar las diferencias, no hay por qué hacerlo, sino de limar al menos la parte mas conflictiva", defiende apasionadamente Lorenzo Silva, puesto que después de todo, escribe en este libro, no en vano son "dos pueblos forjados casi en el mismo yunque".

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