miércoles, 23 de abril de 2014

PRENSA CULTURAL. Entrevista a Cristina Sánchez-Andrade, sobre su novela "Las Inviernas"

   En "elcultural.es":

Cristina Sánchez-Andrade

"Ni como lectora ni como escritora me interesa nada Madrid"

La autora, nacida en Galicia, publica Las Inviernas, una historia de dos hermanas que vuelven a su aldea gallega tras exiliarse durante la Guerra Civil.

ALBERTO GORDO | 07/04/2014 


Cristina Sánchez-Andrade. Foto: Anthony Lindberg
Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968) vive en Madrid, pero se sabe, se siente gallega. "Hay algo que me aleja de Madrid. No te sabría decir el qué", dice. Por eso escribe del lugar donde nació. Con su última novela, Las Inviernas (Anagrama), se va hasta una montaña recóndita algunos años después de la guerra. Superado el exilio, dos hermanas regresan a casa, a Tierra del Chá, su aldea, en donde topan de frente con un mundo entre mágico y tenebroso que recuerdan vagamente, de cuando eran niñas. A partir de ahí, todo está contado con suma sensibilidad, con un estilo inesperado, entre el lirismo, lo puramente narrativo y el humor, vehículos a los que se sube la escritora lo mismo para dibujar un defecto físico que para describir la bruma o narrar cómo entra la muerte en una habitación. Es un relato que leemos, pero que nació para ser dicho: "Al final -dice, su voz tranquila al otro lado del teléfono-, yo lo único que quería era plasmar todo un mundo de historias contadas a la luz del candil, casi con el cuervo posado sobre los hombros".

Pregunta.- ¿De qué fuentes bebe su novela?
Respuesta.- De la tradición oral gallega, que es riquísima. Yo tenía un montón de historias que se habían contado en casa; sobre todo mi abuela, mis tías... Son historias que yo he oído y adaptado a la trama y que en mí surgen apoyadas por las lecturas de autores gallegos como Cunqueiro, Castelao, Rafael Dieste, Ánxel Fole... autores que lo que hacían era escribir lo que escuchaban en el fuego del hogar, en la lareira, o en la taberna.

P.- Quería preguntarle precisamente si se sentía parte de esa tradición de narradores gallegos.
R.- No sé, me honraría muchísimo, pero bueno: yo lo que he intentado hacer es contar todas esas historias. Al final, puede que la única razón sea que no quería que se perdieran.

P.- Se ha señalado un parentesco de estos fabuladores gallegos con el realismo mágico de García Márquez. Incluso a él mismo le gusta aludir a sus raíces gallegas.
R.- A mí me interesa García Márquez, pero más que el realismo mágico, a mí me han interesado mucho siempre -y ahora, particularmente- los que influyeron en estos, el grupo del gótico sureño, sobre todo, que son casi todas mujeres. No sé, Flannery o´Connor, Carson McCullers, Eudora Welty o Katherine Anne Porte. Sin ellas, y sin Faulkner, no se entendería el realismo mágico. Y eso que es un poco distinto porque aquella literatura no era tanto de alfombras voladoras como de una magia que partía directamente de la psique del personaje.

P.- En su novela hay varios momentos en que se aprecia esto que dice. Me viene a la cabeza cierto pasaje de una dentadura que adquiere como vida propia...
R.- Una amiga mía me dijo lo mismo cuando leyó el libro por primera vez; me acuerdo que me dijo: ¿y aquí, de repente, por qué metes este realismo mágico?; pero en realidad tampoco hay muchos más elementos precisos de ese tipo; aunque toda la historia sea un poco absurda, no sé, con ese mecánico dentista que emborracha a sus pacientes, por ejemplo... si lo piensas es un poco absurdo todo, bastante inverosímil [se ríe], pero espero que se me permita gracias eso que llaman el pacto con el lector...

P.- El caso es que el lector entra muy bien ahí, se ve absorbido por ese universo tan subjetivo.
R.- Yo lo que quería era mostrar a la vez algo concreto, toda esa cultura espiritual, esa dimensión mágica tan característica de los gallegos, insistiendo también en la psique del campesino gallego, en su humor, la retranca, toda esta parte de videncias, premoniciones, de apariciones, de misterios...

P.- Ahora que menciona el humor, en el libro maneja varios tonos: a veces más lírico, a veces más narrativo, a veces más humorístico. ¿Cómo fue afrontar ese riesgo?
R.- Yo creo que jugar con el tono forma parte de la tensión narrativa y, en este caso, el humor venía a ser un alivio en ciertas escenas a lo mejor más duras de leer, más intensas. El humor siempre está bien, yo pienso que hay que meterlo en cuanto se pueda. Para poder jugar con la tensión es fundamental.

P.- Además, que es algo muy gallego.
R.- Además eso, claro.

P.- Otro rasgo evidente de su libro es esa constante búsqueda de la expresión. Se nota hasta en la disposición de las frases: que busca la expresión a través del estilo, en su caso con esa prosa poética.
R.- Sí, pero eso es algo que no se hace de manera consciente. Todo en la escritura, por lo menos en mi caso, es bastante intuitivo. Ese lirismo, por tanto, es parte, creo, de mi escritura.

P.- ¿Ha querido, con esta novela, recuperar de algún modo los viejos modos de narrar?
R.- Pues en cierto modo sí. Ahora casi no se escribe de la aldea, por ejemplo: es todo más urbanita. A mí ni como lectora ni como escritora me interesa Madrid. Y eso que llevo toda la vida viviendo en Madrid y que podría hablar de Madrid mil veces mejor que de Galicia, porque lo conozco más. Pero hay algo que me aleja de Madrid. No te sabría decir el qué. Y sí, creo que es necesario volver a contar las historias como antes. Esto que digo conecta perfectamente con la tradición gallega, la de las historias contadas al fuego de la lareira.

P.- Podríamos decir que la novela se sitúa en plena brecha entre tradición -con esos hogares sin tele y casi sin radio, donde solo se podía contar- y cierta modernidad a partir de los cincuenta. Usted muestra esto a través de una rara mitomanía de las inviernas por Ava Gardner y el cine americano.
R.- Es que fue una época de muchos cambios. Hay una anécdota real, que sale en el libro, que ilustra esto que dices: la de los maestros de ferrado, que se llamaban así porque cobraban en ferrados de maíz o de centeno. En los años cincuenta los maestros sabían leer y escribir y poco más, y de repente les obligaron a todos a pasar por un examen oficial que, si aprobaban, les convertiría en maestros. Aquello fue un drama. Muchos de aquellos cambios lo eran, eran un drama en la aldea, tan cerrada, tan incomunicada. 

P.- Al final parece que la única conexión posible con el exterior se da por medio de la emigración forzosa de las inviernas.
R.- Ellas tienen que exiliarse, pero antes había sido muy habitual todas las emigraciones a Argentina, Cuba, que es parte de muchas de las historias que se cuentan en Galicia.

P.- Pero la historia de las inviernas, que se van a Inglaterra en un barco que sale del País Vasco, de niñas, no es la habitual, porque ellas vuelven.
R.- En realidad muchos de los que marcharon como ellas volvieron. Esa parte de la historia de las inviernas es además real. Muchos niños, vascos sobre todo, se tuvieron que ir, casi todos solos o con hermanos, y se quedaron durante muchos años en Inglaterra, algunos en casas de familias inglesas. La historia de todos aquellos niños es conmovedora. 

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