martes, 10 de febrero de 2015

PRENSA CULTURAL. CINE. Sobre "Magical Girl", de Carlos Vermut. Elena Medel

   En "Babelia":

Historia de España

Elena Medel sobre 'Magical Girl'

En Cría cuervos, de Carlos Saura, las hermanas huérfanas bailan ¿Por qué te vas? en ausencia de la tía Paulina: durante ese paréntesis de música regresan al espíritu de la edad que les corresponde, y que enterraron. Años más tarde, en Arrebato, Iván Zulueta despojó a su Betty Boop de la sexualidad que marca en nuestro recuerdo al personaje, brindándole con la actitud de Cecilia Roth una perversa ternura maternal. Carlos Vermut ha cerrado con Magical Girl ese círculo —un círculo majestuoso, exacto, como aquel que remata su película— de infancias y muertes con la coreografía de Lucía Pollán, al inicio del filme, frente al espejo.
No cuento más porque a Magical Girl conviene acercarse desconociéndola; lo impone una película forjada con vacíos —los que deja, en el cuadro definitivo, una pieza de puzle extraviada—, silencios y elipsis, en la que sin embargo todo cuadra, todo significa, nada recae en el azar. ¿Qué intuimos tras la puerta del lagarto negro? ¿Qué vincula a Bárbara —Lennie, magnética—, y Damián? Uno de los superpoderes de Magical Girl reside en su inteligencia al callar; otro, en su capacidad para el asombro, en el diálogo entre símbolos y tiempos cambiados, en los bruscos virajes cuando la línea narrativa se endereza.

Uno de los superpoderes de 'Magical Girl' reside en su inteligencia al callar; otro, en su capacidad para el asombro

Conviven muchas películas diferentes en Magical Girl. Según el personaje al que acompañes, Magical Girl habla sobre el poder y la dominación, sobre la compasión y la culpa, sobre la obsesión y la belleza, sobre el amor y el deseo y la destrucción, sobre la venganza y la justicia, sobre España. Oliver Zoco nos sitúa en tierra de nadie: ni cerebrales como nuestros vecinos nórdicos, ni sentimentales como los árabes o los latinos, en esa zozobra nos mantenemos. Y en ese carácter funámbulo de nuestra cultura —el que late en las obras de Cervantes, Goya o Lorca—, se construye Magical Girl.
Carlos Vermut no ha necesitado importar ninguna fórmula de éxito, por mucho que reescriba el género noir y se apoye en referencias a la cultura japonesa o a libros y películas como Alicia en el país de las maravillas o El mago de Oz. La picaresca triste de Luis, los espacios costumbristas que otorgan a Damián el humor negro, el tremendismo y lo tremendo, el discreto encanto de los ambientes en los que se mueve Bárbara, la atmósfera de oscura ensoñación... Elementos que Magical Girl comparte con el cine de Val del Omar o de Buñuel, de Saura, de Zulueta y de Almodóvar. Y al escribir estos apellidos no me refiero —sin más— a que Carlos Vermut se inscriba en esta tradición, profunda y sabia y desacomplejadamente española, sino que Vermut —tras el alto precedente de Diamond Flash— y su honesta Magical Girl acceden por derecho propio a ese grupo.
Antonio Machado, con la voz de Juan de Mairena, acusaba al poema que no revelaba su "acento temporal" de encuadrarse más en la lógica que en la poesía. Magical Girl, ocultándonoslo todo, cae del lado de la lírica, e inclina la balanza lejos del dos-más-dos-son-cuatro con el que Vermut nos previene: Magical Girl nos rompe los esquemas. Por más que aluda a la crisis —con esa conversación entre Damián y Luis, qué sucederá, sucederá lo que tememos, sucederá lo que tememos y como lo tememos—, se desarrolla ajena al tiempo y al espacio, centrada en que el espectador —un personaje más— mire y reflexione y concluya. Densa y turbia, al mismo tiempo delicada y refinadísima —de qué manera traza Carlos Vermut cada situación, y qué plasticidad—, siempre en equilibrio, la espléndida Magical Girl forma ya parte de nuestra historia.

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