jueves, 26 de febrero de 2015

PRENSA CULTURAL. "Marsé, el último mohicano"

Juan Marsé

   En "elmundo.es":

Marsé, el último mohicano

  • Josep Maria Cuenca reconstruye, tras seis años de meticulosa investigación, la vida del autor de 'Últimas tardes con Teresa' en una titánica biografía que se lee como una novela de aventuras




En el año 1960 Juan Marsé tenía 27 años. Acababa de publicar su primera novela, Encerrados con un solo juguete. Aunque aseguraba que podía arreglarse con lo que ganaba en el taller de joyería de la calle San Salvador en el que trabajaba, decía que no le parecía suficiente, pero que si escribía no era por dinero, sino para «reflejar al hombre español de nuestros días». Su objetivo era, entonces, el de escribir «novela social; que no huela a letra impresa, sino a vida». Hoy, 55 años después de aquello, sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado. «Marsé es el penúltimo mohicano. Un tipo de escritor que por desgracia está en vías de extinción. Ha podido vivir honradamente de la literatura, sin tener en cuenta las modas ni las tiranías del mercado». El que habla es Josep Maria Cuenca, el también escritor que ha pasado los últimos seis años siendo la sombra, pasada y presente, de Marsé. Su biógrafo. El tipo que ha leído al menos 15 veces cada una de sus novelas y ha rastreado en su pasado en busca de todas las respuestas: desde lo que pasó realmente en aquel taxi en el que supuestamente el taxista y su futuro padre adoptivo cerraron el trato que le convertiría en un Marsé, hasta cómo fue la votación del Biblioteca Breve que acabó ganando el ya por entonces amigo de Jaime Gil de Biedma y la bohemia exquisita de la capital catalana.
«Descubrí a Juan Marsé a los 17», recuerda Cuenca. Automáticamente, dice, se convirtió en uno de sus escritores preferidos. No se le ocurrió pensar que algún día se convertiría en su sombra, que el escritor le abriría las puertas de su casa y amontonaría libretas, papeles, cartas, de todo, sobre su escritorio, con el fin de que él pudiera echarle un vistazo a lo que considerara oportuno. «Ha sido un auténtico privilegio», asegura el biógrafo, que en cierto momento pensó que lo mismo no saldría vivo de tamaña aventura. «Tenía permanentemente presente que me la estaba jugando. Quise quemar todas las naves. Hacer una biografía de investigación, no una mera biografía divulgativa. Que se contara todo. Todo lo que sabemos, todo lo que ha ocurrido», añade. Cuenca no es amante de los cotilleos. «Considero que la biografía complementa, en muchos sentidos, la obra de un autor, y por tanto, todo lo que en ella se cuente, debe tener un porqué. Debe estar ahí para explicar ciertas cosas, para dar a entender otras», considera.
Con todo, en Mientras llega la felicidad (Anagrama), el relato es tan pormenorizado, y a menudo, tan novelesco, que no falta un solo detalle. Se habla incluso de cuando Gil de Biedma le traducía a Berta (Marsé), la hija del escritor, las letras de Michael Jackson.Era verano y los Marsé pasaban mucho tiempo en compañía de Carlos Barral, Gil de Biedma, Muñoz Suay y el resto de intelectuales que veraneaban en Calafell. «Calafell era el mundo de los amigos de mis padres. Ir a Calafell, sobre todo en verano, significaba: mis padres en la casa de Muñoz Suay o en L'Espineta y nosotros, los niños, a la playa y a jugar todo el día», recuerda Sacha (Marsé). Detalles de su vida cotidiana (que incluyen su primera vez con una prostituta, a los 16, contada por él mismo) hasta el quebradero de cabeza que supuso la adaptación de El embrujo de Shangai, y la manera en que nadie pareció entender Si te dicen que caí como debía entenderse: como una ficción trufada de realidad, o al revés. También se señalan génesis, como la de Rabos de lagartija, donde «toma como mera anécdota de arranque una imagen fijada en su adolescencia: la de su madre hablando con un policía a la puerta del domicilio familiar de la calle Martí», apunta Cuenca, y, por supuesto, los tres requisitos imprescindibles, según el propio Marsé, para escribir una buena novela: tener una buena historia, saber contarla y tener ganas de hacerlo.
Hay de todo: desde lo poco fructífero que fue su paso por París (el entorno de Barral consideró que Marsé podría sacarle provecho literario, a la manera en que lo había hecho Ernest Hemingway, a una temporada en la ciudad de las buhardillas) hasta su boda con Joaquina Hoyas, boda de la que da cuenta el propio escritor en una carta incluida en la biografía: «Poco ha ocurrido en mi vida, excepto que me he casado, aprovechando el dinerito del Breve, con una muchacha extremeña, de Trujillo, que conocí en Madrid [...] Ella, Joaquina, trabaja de peluquera, hemos alquilado un pequeño apartamento en la calle Mayor de Gracia y yo, que había perdido un buen empleo de representante [...] me he visto obligado a venderme en cierto modo, pero la idea no me gusta nada: he firmado un contrato con Lara, de editorial Planeta». El contrato le obligaba a entregar una nueva novela en cinco meses, algo que al escritor no le gustaba nada porque «yo escribo muy lento y la idea de las prisas me desquicia», pero no veía otro modo de sacar el dinero de otra parte mientras no tuviera un empleo.
¿Y qué hay de aquello que no se cuenta? ¿Qué fue lo que más le llamó la atención del Marsé real que jamás hubiese imaginado leyendo sus libros? «Lo que más me llamó la atención fue lo severo que es consigo mismo. Es muy duro. Y decididamente meticuloso con su trabajo. Se pregunta constantemente por lo que puede pensar el lector de lo que ha escrito. Si lo que sea que quiere transmitir llegará de la manera en que debe hacerlo al lector. Es como un artesano.Siempre he dicho que Marsé parece una especie de chatarrero sentimental. Recoge todo lo que encuentra y hace virguerías con ello», contesta. Esa meticulosidad contrasta con su total descuido por sí mismo. «No se preocupa por su aspecto, pero tampoco por sí mismo en tanto que autor. No quiere que su figura eclipse a su obra. Juan es un narrador nato, lo que pretende es seducir con el relato», añade el también escritor, que está «cansado» de que se diga que Juan Marsé «se repite». «Es cierto que juega con los mismos elementos pero no es verdad que se repita». ¿Y cómo definiría su obra, si tuviera que definirla de alguna manera? «Su obra es muy dura, pero también está llena de piedad hacia la triste y desangelada condición humana», contesta el biógrafo, que considera a Marsé «el único clásico vivo».

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