La educación española está ideologizada desde el siglo XIX. Es decir, se toman decisiones educativas por razones religiosas, políticas o economicistas. Una ideología es un sistema –de ideas, creencias, valores y normas– que propone un modelo del mundo y pretende dirigir los comportamientos individuales o políticos de acuerdo con él. Siempre suelen excederse. Los ejemplos son fáciles de poner. Las religiones tienden a convertirse en prescriptores políticos. La ciencia puede convertirse en ideología cuando se considera el único método riguroso de pensar y organizar la realidad. Y el mercado, que es un mecanismo para optimizar la inversión y los intercambios comerciales, se convierte en ideología cuando pretende erigirse en procedimiento óptimo para resolver los problemas éticos y políticos.
La injerencia ideológica en la educación produce una gran confusión porque mezcla dos niveles. Lo que en el campo político puede ser defendible, no puede sin más aplicarse a los métodos de aprendizaje y formación. Eso ha sucedido, por ejemplo, con el “esfuerzo” o el “mérito”. Ambos se consideran en este momento “valores de derechas”, olvidando las esforzadas revoluciones de izquierdas, o el hecho de que fueran los revolucionarios franceses los que introdujeron la “meritocracia” como ariete contra los privilegios de casta. Los puestos no debían ser ocupados por herencia, sino por mérito. El asunto es importante porque sin aclararlo será imposible un “Pacto de Estado sobre la educación”, ya que hasta ahora lo único que se ha intentado es un “Pacto entre ideologías sobre educación”, lo que resulta por definición casi imposible. Por eso, pido al lector un poco de paciencia, porque me “esforzaré” en aclarar un asunto que se ha liado durante siglos.
Esfuerzo y mérito acabarían construyendo una sociedad elitista, cada vez más desigual, donde se dejaría a cada cual a merced de su capacidad de esforzarse
¿Es, realmente, el “esfuerzo” un valor conservador? Moya Otero, en un interesante libro titulado La ideología del esfuerzo (Catarata), señala que la nueva Ley de Educación (la LOMCE) es la expresión de una ideología: la ideología del esfuerzo –que considera un producto de algunos de los mejores laboratorios de ideas del mundo–. Está destinada a cambiar la mentalidad de la ciudadanía para hacer tolerable la creciente desigualdad social, aprovechando el arraigo de la idea de esfuerzo en nuestra cultura. El principio general sobre el que se ha construido no es difícil de formular: si todos nos esforzamos lo suficiente y aprovechamos nuestro talento, nuestras vidas mejoran.
Esfuerzo e individualismo
Este principio es, para los ideólogos del esfuerzo, una verdad evidente de carácter universal sobre la que debería organizarse cualquier sociedad. La ideología del esfuerzo –señala el autor– es el caballo de Troya utilizado por las elites económicas, sociales y políticas en su rebelión contra cualquier forma de Estado o de gobierno comprometida con el bienestar de las personas. Una reacción frente a la hegemonía de la cultura de los derechos que, a  juicio de esas élites, es la ideología de los perdedores. La socialdemocracia –añade– tiene que enfrentarse contra esta ideología, no haciendo depender los beneficios sociales del esfuerzo personal, sino de la acción redistributiva del Estado.

Algo parecido dice sobre el mérito Yves Michaud, en Qu’est le mérite? Ambos conceptos –esfuerzo y mérito– acabarían construyendo una sociedad individualista, elitista, cada vez más desigual, donde se dejaría a cada cual a merced de su capacidad de esforzarse. Cada uno sería el único responsable de su éxito o de su fracaso. Desde el punto de vista social y político, las argumentaciones de Moya y Michaud tienen sentido por dos razones. En primer lugar, porque los derechos fundamentales no dependen del mérito ni del esfuerzo. Se tienen por pertenecer a la especie humana. En segundo lugar, porque no está nada claro que el esfuerzo –y el mérito correspondiente– sea siempre reconocido o premiado. En este momento se ha roto un pacto social implícito que decía a los jóvenes: si tu cumples tu deber (esforzarte en tu formación), la sociedad cumplirá el suyo (ayudarte a realizar tu proyecto personal). A la vista está que este pacto ha saltado por los aires, lo que devalúa la ideología del esfuerzo.
Hasta aquí estamos en el plano político. Lo que en él puede ser adecuado no lo es en el terreno educativo. Por eso, las injerencias ideológicas deben mantenerse fuera de él. En la educación es necesario fomentar la cultura del esfuerzo, porque sin ella las capacidades de nuestros niños y niñas no se van a desarrollar. Es entonces cuando vamos a crear la más profunda desigualdad. La educación es la única fuerza realmente niveladora. Una educación pobre abre el camino a cualquier servidumbre. No se trata de elogiar el esfuerzo por el esfuerzo, como si estuviéramos movidos por un fervor martirial. Ha de ser eficiente y con sentido. Si queremos jugar bien al baloncesto, tendremos que entrenarnos. Es así de sencillo. En el modelo educativo que hemos elaborado para la Universidad de Padres, y cuyos fundamentos neurológicos y psicológicos estudiamos en la Cátedra de la Universidad Nebrija que dirijo, damos mucha importancia a lo que actualmente se denominan “funciones ejecutivas”.
Si no enseñamos a nuestros niños y adolescentes a aplazar la recompensa, a ser resistentes, a soportar la frustración, los estamos haciendo terriblemente dependientes de cualquier premio inmediato
Son aquellas que permiten dirigir nuestra acción por metas lejanas. Permiten ir más allá del deseo o del impulso del momento. Y esto supone un esfuerzo. Por eso, tenemos que establecer una pedagogía de la perseverancia y la tenacidad. Si no enseñamos a nuestros niños y adolescentes a aplazar la recompensa, a ser resistentes, a soportar la frustración, los estamos haciendo terriblemente dependientes de cualquier premio inmediato y de cualquier manipulación. No quiero abrumarles con referencias, pero si tienen curiosidad pueden consultar en internet el documento del departamento de Educación de EEUU titulado Promoting Grit, Tenacity, and Perseverance: Critical Factors for Success in the 21st Century. Y también dos publicaciones del Gobierno de Ontario (que tiene un magnífico sistema educativo): With our Best Future in Mind y Every Child, Every Opportunity. En todos ellos se aconseja que “educadores, docentes, Administraciones educativas, diseñadores tecnológicos, padres e investigadores deben dar prioridad en los currículos a la perseverancia”.
El tema es tan importante que seguiremos hablando de él.