jueves, 19 de marzo de 2015

PRENSA CULTURAL. Entrevista a José Manuel Caballero Bonald

   En "El País":

J. M. Caballero Bonald: “La Transición fue un apaño”

El escritor jerezano publica 'Desaprendizajes', su primer poemario tras ganar el Cervantes


Caballeo Bonald en su casa de Madrid, en enero. / ALEJANDRO RUESGA

Afirma José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) que ganar el premio Cervantes en 2012 no le ha cambiado, y es verdad: sigue diciendo lo que piensa. Rara avis entre sus colegas, es capaz de elogiar apasionadamente una obra al tiempo que critica a su autor. Sentado en el sillón de siempre de su casa de Madrid, cuenta que tiene inédito un libro de semblanzas “a la manera de Españoles de tres mundos, de Juan Ramón”. Por lo pronto, acaba de publicar Desaprendizajes (Seix Barral), un libro de poemas en prosa cuya aparición coincide con la de la edición crítica —en Cátedra y a cargo de Julio Neira— de dos títulos clave en un solo volumen: Descrédito del héroe (1977) y Manual de infractores (2005).
Pregunta. Desaprendizajes suena a cuenta atrás.
Respuesta. Desaprendizajes es un término un poco brusco, suena casi a insulto. El libro lleva una cita de Heráclito que dice que hay que desaprender lo aprendido para saber que la armonía de lo invisible es mayor que la de lo visible. Estoy satisfecho, pero me sorprende haber escrito un libro de poesía a los 88 años. ¡Tan viejo y escribiendo poesía! Es una obscenidad, aparte de un abuso.
P. Cuando hace tres años publicó Entreguerras dijo que era el último.
R. Sí, estaba convencido de eso y en cierto modo lo es. Se trataba de un libro testamentario en el que narro episodios de mi biografía. Desaprendizajes es como un apéndice, la coda, un añadido necesario del testamento.

Una vida en verso y prosa

Nacido hace 88 años en Jerez de la Frontera, J. M. Caballero Bonald odia a los andaluces profesionales y reivindica a “introvertidos” como Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda.
Firmante del manifiesto por la cultura de Izquierda Unida, considera “saludable” la aparición de Podemos.
La novela de la memoria es el título que reúne Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, dos cumbres del género autobiográfico español.
Toda su poesía está reunida en el volumen Somos el tiempo que nos queda.
En 2012 ganó el Premio Cervantes. El de la Crítica lo ha ganado tres veces: dos como poeta y una como novelista.
P. Sus memorias llegan hasta 1975, justo cuando empieza un periodo muy debatido ahora. ¿Con la Transición somos injustos o benévolos?
R. Verá… No escribí la tercera parte de mis memorias porque precisamente del 75 al 82 fueron años muy violentos: los desmanes de la ultraderecha y la ultraizquierda... Pensaba que se iba a producir una involución. No me apetecía evocar nada de eso. Estuve bastante metido en la organización de la Junta Democrática y salí en parte desencantado. La Transición fue un apaño, una compostura de urgencia: la derecha cedió algo para no perder nada y la izquierda aceptó algo para no perderlo todo, lo que se llama una soldadura de ocasión, no había un proyecto de futuro solvente y las cosas salieron bien por casualidad.
P. ¿Qué se tendría que haber hecho?
R. La Ley de Amnistía prohibió juzgar los crímenes del franquismo y ahí empezó el ciclo de la impunidad. Tuvimos una larga cola de franquistas que amañaron sus biografías: resultó que todos eran demócratas. Siguieron en el poder más o menos los de siempre. El caso de Fraga es paradigmático: navegó por toda la democracia después de ser un cómplice del verdugo. La falta de un tribunal que juzgara esos crímenes permitió que el franquismo permaneciera latente.
P. ¿Ya es tarde?
R. Esos crímenes no prescriben. La memoria histórica exige su propia vigencia. La justicia no puede olvidarse de las víctimas del franquismo, de tanta gente enterrada por las cunetas… Aunque no entiendo ese afán de encontrar los restos de quienquiera que sea… Las víctimas, Lorca, Cervantes. ¿Para qué? Que reposen donde están y que se haga justicia a su memoria.
P. Algunas familias quieren saber dónde están los suyos.
R. Es una tradición supersticiosa que respeto.
P. ¿A usted le da igual dónde lo entierren?
R. Echarán mis cenizas al mar y me integraré en la naturaleza…

“¿Cervantes? Que repose donde está y hagan justicia a su memoria”
P. Entre sus dos últimos libros le han dado el Cervantes, ¿ha cambiado algo con el premio?
R. Nada. A los pocos días pensaba en eso casi con extrañeza. Me veía en una foto con chaqué me decía ¿ese soy yo?
P. Cuando estaba en las quinielas dijo que ya le tocaba, por edad. Es poco habitual. Los escritores lo piensan pero no lo dicen.
R. Me tocaba por edad, claro, como le toca a Emilio Lledó, a Paco Brines, a Nieva.
P. Este año era jurado. ¿Su candidato fue Juan Goytisolo?

“Para mis nietos Franco es un tipo tan lejano como los Reyes Católicos”
R. Sí, Goytisolo es un heterodoxo muy atractivo. Tiene sus complicaciones de carácter, pero me siento muy cerca de sus sondeos en la cultura. La historia social de la literatura española la ha escrito la derecha, la tradición católica nacional, y él ha promovido una revisión muy solvente.
P. En sus memorias usted lo retrata con dureza. Tampoco es habitual criticar al autor y elogiar la obra.
R. Yo separo la persona y la obra sin mayores conflictos. Conozco a Juan desde los años cincuenta. Cuando escribí esa parte de las memorias él llevaba años defendiéndose de ataques imaginarios. Me incomodaba su actitud, pero eso no impide que admita el valor que tiene como escritor. Evolucionó a partir de Señas de identidad y la suya es una literatura muy consistente.
P. De su discurso del Cervantes se destacó aquello de “los desahucios de la razón”. El acto estaba lleno de políticos, ¿alguno le dijo algo? Todos aplaudieron.
R. Que yo recuerde, ninguno me dijo nada que no fuese una frase protocolaria. Yo lo que quería era hablar de la libertad de Cervantes y de la función liberadora de la poesía precisamente ante esas autoridades…

“Gil de Biedma es un gran crítico de la cultura pero un poeta menor”
P. El premio se lo dio el Rey cuando era Príncipe. Cuando subió al trono dijo usted que había que esperar antes de entrar en el debate monarquía-república. Pasado el tiempo, ¿cómo lo ve?
R. En un futuro inmediato —aunque en mi caso el futuro es mañana o pasado mañana— debería ponerse en funcionamiento ese plebiscito popular. La república ha quedado relegada a un símbolo de libertad, de justicia, pero no hay movimientos que conecten con el pueblo y la planteen como alternativa.
P. Tal vez se piensa siempre en la Segunda República.
R. Sí, pero la gente joven ¿qué vota? ¿El recuerdo de la Segunda República?
P. ¿Desaparece también el recuerdo de Franco?

“Nuestra literatura está plagada de mediocres encumbrados”
R. Para mis nietos, que tienen 14 o 15 años, Franco es un tipo tan lejano como los Reyes Católicos.
P. ¿Se entiende con ellos?
R. ¿Con mis nietos? Los veo de tarde en tarde, o sea, que los veo pero tampoco deseo verlos todo el tiempo. No soy muy de niños.
P. ¿Se reconoce en sus 15 años?
R. No. Son de otro mundo, claro. Los nietos son monosilábicos: “sí, no, ya”. Están en el laberinto de la informática y eso supone una barrera. El riesgo de aislamiento está ahí mismo. Es como si no tuvieran interés por salir a ver la vida, a andar por ahí descubriendo el mundo, qué sé yo…
P. ¿Qué hacía usted a su edad?
R. Pues lo normal: salir a buscar la aventura, la libertad que te aguardaba fuera de casa. Era la guerra, la inmediata posguerra, y escaparte de la vigilancia doméstica era como probar la libertad. Es lo de siempre, lo que se recuerda cada vez más a medida que uno se hace viejo.
P. ¿Ha cambiado el lugar de la poesía desde que usted era joven? ¿Le interesa hoy a alguien?
R. No sé, a mí me escriben lectores y eso me hace pensar que se lee poesía más de lo que uno se imagina... Bueno, yo no tengo blog ni ¿cómo se llaman esas cosas que se tienen?
P. Facebook, Twitter...

"Si la patria es lo que se ve desde la venta de la casa donde uno vive a gusto, yo tengo varias: el Coto de Doñana, Jerez, Mallorca, Bogotá…"
R. Eso… Pero hay lectores que me mandan correos. Hoy la poesía tiene una ventaja y es que la escuela más evidente es la falta de escuelas, algo sin duda saludable. Hay poetas que andan trabajando en un nuevo simbolismo, teniéndolo presente pero con otra mecánica expresiva.
P. ¿Lee novedades?
R. Pocas, pero me alarma que se esté llevando a los altares a escritores que confunden la literatura con la crónica de sucesos. Nuestra literatura está plagada de mediocres encumbrados. Pasa como con los políticos. Hay mucho fantasmón en funciones de líder. También hay muchos equívocos a la hora de enjuiciar a escritores…
P. ¿A quién?
R. A Gil de Biedma, por ejemplo, aunque en otro sentido. Gil de Biedma es un gran crítico de la cultura pero un poeta menor, de alcance verbal muy limitado. Los grandes poetas de esa época son Valente y Barral.
P. ¿Y Claudio Rodríguez?
R. También. Sobre todo el primer Claudio Rodríguez. Y pare usted de contar.
P. ¿A qué se dedica ahora?
R. Lo que más me gusta hacer es no hacer nada. Pero releo mucho. Dedico cuatro o cinco horas al día a releer en mi butaca de viejo. A mis clásicos, a los barrocos castellanos, a los románticos anglosajones, a los simbolistas franceses, a Rimbaud y Mallarmé… Y siempre a Valle Inclán, a Juan Ramón, a Faulkner, a Onetti, a Rulfo, a Cernuda, a Lorca… De los narradores españoles recientes el que más me interesa es Menéndez Salmón.
P. ¿No viaja?
R. Reparto mi tiempo entre Madrid y Sanlúcar. Si la patria es lo que se ve desde la venta de la casa donde uno vive a gusto, yo tengo varias patrias, unas más duraderas que otras: el Coto de Doñana, Jerez, Mallorca, Bogotá… En Colombia estuve unos tres años y allí escribí mi primera novela, tuve mi primer hijo... Me acuerdo mucho de esa patria. La que no me gusta nada es la patria de los patriotas españoles. Si tuviera veinte años menos ya habría puesto tierra de por medio.

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