sábado, 7 de marzo de 2015

PRENSA CULTURAL. "Procesos de escritura". José Luis Ferris

   En "revistamercurio":

Procesos de escritura

JOSÉ LUIS FERRIS  |  MERCURIO 166 · TEMAS - DICIEMBRE 2014

Desde su probada experiencia como biógrafo, el autor discurre sobre los requisitos y las dificultades, los métodos y los diferentes modos de actuar a la hora de enfrentarse a un personaje
Biografias-5
© ASTROMUJOFF
Todo autor o autora de una biografía ha de partir de una obviedad: cualquier ensayo biográfico que se precie tiene que presumir de exhaustivo y riguroso, esencialmente en lo que a fuentes documentales se refiere. No sólo debe agotar todas las vías posibles de investigación, observar al sujeto desde las más diversas perspectivas, contrastar permanentemente la información y perseguir con obstinación y convicción el núcleo de una supuesta verdad, sino que ha de hacerlo con la firmeza de un admirador camuflado, de un enamorado secreto que observa sin ser visto, que domina hasta cierto punto sus pasiones y que controla suficientemente sus impulsos primarios.
El biógrafo sabe que el personaje con el que ha de convivir durante meses o años (hablamos, en la mayoría de los casos, de alguien que ya no está, que lleva desaparecido décadas o siglos) tratará una y mil veces de persuadirlo con hábiles astucias, de seducirlo desde el silencio y el misterio de su supuesta inexistencia.
Puesto que la objetividad es una falacia, lo conveniente es ampararse en la ecuanimidad, en la férrea penitencia del rigor, en los datos precisos y en la astucia intuitiva (siempre bien dosificada) para ensamblar las piezas recogidas en la búsquedaEl biógrafo hallará, pues, tantas huellas de ella o de él en el rastreo, en el permanente registro de su vida pasada, que tendrá que valerse del flagelo para resistirse a la tentación de dejarse llevar, hacer caso omiso de los cantos de sirena y de los espejismos que le saldrán al encuentro. Y puesto que la objetividad es una falacia y la verdad tan relativa como la queramos ver, lo conveniente es ampararse en la ecuanimidad, en la férrea penitencia del rigor, en los datos precisos y en la astucia intuitiva (siempre bien dosificada) para ensamblar las piezas recogidas en la búsqueda. Sólo así podremos salir airosos de un envite entre el investigador que pretende administrar justicia e iluminar parcelas de oscuridad, y un personaje (el biografiado) que, lejos de estar muerto, siempre ejercerá un poderoso influjo invisible sobre el escritor o el historiador, tratando en todo momento de dirigir su mano, de persuadirlo con la mirada, de insuflarle en la nuca, mientras escribe, el calor de su aliento y la energía sutil de su arcana voluntad.
Un vez aclarado este punto, superada la fase de recolección de datos, realización de esquemas, clasificación y ordenación cronológica de toda la información útil de que se dispone, llega la parte más ardua y acaso placentera del proceso: la escritura. En este campo entra incuestionablemente la capacidad que tenga el autor de seducir con las palabras, su competencia lingüística, su domino de la argumentación, de la expresión, su experiencia y su conocimiento de los recursos del idioma. De nada sirve disponer de un arsenal de documentos, de información privilegiada, de estupendas ideas, si no sabemos comunicar la historia de una vida, atrapar al lector e inmiscuirlo desde la primera página en la aventura de leer y conocer, explorar y descubrir con nuestra misma fascinación a un personaje que hasta ahora nos resultaba lejano, indiferente o hermético.
Al respecto, quiero exponer tres ejemplos muy personales que me parecen oportunos para apreciar la variedad de dificultades, métodos y modos de actuar que el biógrafo ha de asumir para adaptarse, según el caso, a diferentes terrenos.
Mi experiencia se centra fundamentalmente en tres biografías y en tres autores bien distintos: Miguel Hernández (1910-1942), Maruja Mallo (1902-1995) y Carmen Conde (1907-1996). Los tres nacieron en la misma década. Hay entre ellos una coincidencia histórica, pero cada uno representa un camino diferente dentro de la España del pasado siglo. Los tres tuvieron una marcada significación sociopolítica en la etapa republicana, pero también sufrieron desenlaces dispares: Miguel murió al acabar la contienda civil, víctima de la enfermedad y la represión carcelaria; Maruja Mallo se exilió a Argentina, como tantos perseguidos; y Carmen Conde optó por el exilio interior.
De nada sirve disponer de un arsenal de documentos, de información privilegiada, de estupendas ideas, si no sabemos comunicar la historia de una vida, atrapar al lector e inmiscuirlo desde la primera página en la aventura de leer y conocerEn cuanto a la biografía de Miguel Hernández (Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid, Temas de Hoy, 2002), mi labor se ajustó esencialmente a una documentación que procedía, por un lado, de la abundante bibliografía que sobre su vida y su obra se había publicado a lo largo de 60 años y, por otro, de la producción del propio poeta editada hasta entonces (poesía, prosa, teatro y cartas recuperadas). Una parte muy reducida de la investigación se apoyó en testimonios orales y escritos, dado que pocos supervivientes quedaban ya de aquel periodo. En consecuencia, la estructura básica del ensayo dedicado a Hernández se articuló sobre una selección crítica de lo publicado hasta el momento, en un riguroso contraste de la información recaudada y en el estudio comparado de diversas opiniones o teorías sobre la vida y la obra del poeta, es decir, sobre un proceso en el que no cabía discriminar, en principio, ningún material, especialmente aquellos trabajos no considerados hasta el momento por haber aparecido en revistas marginales o por el supuesto descrédito de determinados testimonios (el de Ramón Pérez Álvarez es un buen ejemplo) que, por otro lado, iban a resultar esenciales y reveladores para la investigación.
En el caso de Maruja Mallo (Maruja Mallo: la gran transgresora del 27, Madrid, Temas de Hoy, 2004), el punto de partida fue, fundamentalmente, la producción bibliográfica que sobre la pintora gallega pude recoger a lo largo de un año: una serie de artículos y estudios muy dispersos y de difícil localización que fueron apareciendo en revistas, diarios y ediciones breves entre 1928 y 1995, principalmente en medios de Sudamérica. El otro punto de apoyo lo constituyó el conjunto de textos teóricos de la pintora divulgados en catálogos y revistas, además de su propia obra plástica. No existía un fondo documental, una fundación, museo o simple depositario que conservara algo más que alguna colección de grabados de interés.
La biografía de Carmen Conde (Carmen Conde: vida, pasión y verso de una escritora olvidada, Madrid, Temas de Hoy, 2007) fue un caso diametralmente opuesto a los dos anteriores. Frente a la bibliografía hallada sobre la escritora cartagenera durante medio siglo y el centenar de obras escritas por ella, especialmente sus dos libros de memorias —Empezando la vida: memorias de una infancia en Marruecos. 1914-1920 (Tetuán, 1955), y Por el camino, viendo sus orillas (Madrid, 1986)—, el mayor caudal de información y de valor documental procedió de los archivos particulares de la poetisa.
En efecto, el material consultado en el Archivo del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver de Cartagena, es decir, los papeles personales y, en muchos casos, privados, de Carmen, iban a ser determinantes. El amplio epistolario estudiado, las agendas, los diarios y las notas constituyeron, sin duda, la fuente principal de la que se dispuso para poner en orden una realidad deformada o deliberadamente contraria a la que hasta entonces estimamos más cierta y fiable; además, dicho material proporcionó una perspectiva inédita, una nueva interpretación de aspectos fundamentales de la personalidad de la escritora y nuevos enfoques acerca de su obra. Hablamos de un amplio caudal biográfico y personal que fue escrito sin el prejuicio y el juicio de un lector o un destinatario, generando así un nuevo punto de vista en muchos momentos opuesto a la versión oficial o más difundida.
El resto de la tarea, la del biógrafo, consistió en poner negro sobre blanco y tratar de contagiar de su misma fascinación, solo con las palabras, a un lector a quien seres como ella, como Carmen Conde, venían resultando lejanos o, sencillamente, indiferentes.

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