jueves, 19 de noviembre de 2015

"Fatalismo", David Trueba

David Trueba

   En "El País":

Fatalismo

La democracia se asienta sobre la educación de las personas para la libertad


Decíamos la semana pasada que Europa necesita mirarse en plano general. Secuestrado como está lo colectivo por cuatro marcas de telecomunicación, va siendo hora de recuperar la calle. Las matanzas perpetradas en París por una franquicia del rencor que encuentra clientela con demasiada facilidad pretenden que Europa se rinda de manera definitiva al fatalismo. Solo la estupidez y la falta de perspectiva pudo convencer a tantos de que los humoristas del Charlie Hebdo pagaban algún tipo de pecado y convenía autoimponerse límites a la libertad. Ahora, quizá, queda más claro que el pecado está en salir de copas, acudir a escuchar música, ir al fútbol, considerar a la mujer un igual y a tu hija una futura persona cultivada y libre. Permanecer impasibles ante el éxito económico de variadas dictaduras, a las que premiamos invitándolas a formar parte de nuestro accionariado, nos obliga a temer una Europa que aceptará de buen grado los nacionalismos autoritarios y la pérdida de libertades.
Hemos cometido un error de apreciación al identificar la democracia con solo la libertad de mercado y la circulación global de capitales. La democracia se asienta sobre algo mucho más sólido y esencial que es la educación de las personas para la libertad. El castigo en nuestro sistema educativo a las asignaturas de Humanidades, al Dibujo y a la Filosofía delata la mediocridad de las élites que nos dirigen. Sobre esos pilares se asienta la historia de Europa. Frente a las matanzas religiosas y nacionalistas, el esfuerzo intelectual, las artes, la crítica, la búsqueda de un ideal colectivo de vida, las leyes justas, los derechos, han ido fabricando oasis de justicia inéditos en la historia de la humanidad. Eliminar de los planes de estudios todo lo que no resulta práctico al mercado financiero nos deja indefensos frente a la tragedia de vivir. En París, como en Egipto, Beirut o Túnez en semanas pasadas, lo único que se pretendía con el terror es infundir miedo y propagar la idea de fracaso entre quienes defienden la libertad personal.
Es demasiado fácil caer en el desánimo. Es demasiado fácil concederles a las armas la autoridad para ser la medicina que cure nuestros males. El dolor es imposible de eliminar, el miedo es sencillo de inocular. Pero en las aulas de Europa se está jugando la batalla más fundamental. Hay que dar tiempo, espacio, cercanía, calor y conocimiento a los jóvenes, sacarlos del secuestro de los negocios alienadores y embrutecedores, y devolver a Europa el esfuerzo por el conocimiento y el reto intelectual para responder a nuestras dudas existenciales con el rigor de la razón.

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