jueves, 3 de diciembre de 2015

"Repensar a Shakespeare". Marcos Ordóñez. Sobre el ensayo "El mundo, un escenario. Shakespeare, el guionista invisible"


   En "El País":

Es difícil sintetizar un magma tan generoso en vínculos, puentes y ventanas como El mundo, un escenario: Shakespeare, el guionista invisible (Anagrama), donde las múltiples herencias de la obra del Bardo se reflejan en películas, desde los clásicos hasta la más ignota serie B, o en series televisivas, sin dejarse ni un eco, ni un recodo inesperado: Jordi Balló y Xavier Pérez entienden, felizmente, la crítica como juego de espejos o jardín de senderos que convergen.
Que Shakespeare lo inventó todo (o casi todo) se ha dicho ya, pero pocas veces con la claridad, la minuciosidad, la pasión contagiosa y la alegre erudición de este libro. Anoto, entre muchos, cinco conceptos clave: 1) el verbo poético que construye la imagen en el oyente y se hace visión aunque no llegue a visualizarse; 2) la construcción, con Hamlet a la cabeza, de una conciencia que “habla mientras piensa y se escucha a sí misma”; 3) la “poética de democratización”, según la cual sus obras son, en bella frase, “dramaturgias corales en las que no existe secundario que no sea tratado como un monarca”, es decir, con un momento de rotundo protagonismo; 4) los personajes que se convierten en “pura encarnación del exceso y titanes de la obstinación”; 5) los villanos que logran crear, como bien aprendió Hitchcock, una insólita complicidad con el público.
Me encanta que Pérez & Balló, detectives, relacionen la melancolía del diálogo entre Falstaff y Maese Shallow en Enrique IV con la conversación frente al río de James Stewart y Richard Widmark en Dos cabalgan juntos, de Ford. O cuando señalan que la velocidad de la gran screwball comedy americana de los años treinta y cuarenta nace de los duelos de ingenio de las parejas shakesperianas: Benedict y Beatrice, Katharina y Petruccio, Rosalind y Orlando. O que afirmen que una de las aportaciones del teatro isabelino fue el comic relief, “mediante el cual una posible escena trágica o violenta queda diferida a través de un oasis de comicidad autónomo”, y para ilustrar la idea comparan el diálogo inicial de Sansón y Gregorio en Romeo y Julieta con el de John Travolta y Samuel L. Jackson en Pulp Fiction. O la noción del vacío paisajístico en El rey Lear como expresión nihilista, que heredan dramaturgos como Beckett o cineastas tan dispares como Nicholas Ray y Monte Hellman.
El mundo, un escenario es auténtico ensayo interactivo. De haberse publicado en el Reino Unido, la BBC no tardaría en filmar una miniserie en la que sus autores dialogasen frente a la cámara esmaltando su conversación con los pasajes de cada obra y las secuencias que ejemplifican su huella: una lección magistral para todos los públicos, a caballo entre Playing Shakespeare, de John Barton, y Changing Stages, de Richard Eyre y Nicholas Wright.

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