viernes, 22 de abril de 2016

POESÍA. "Nalu hecha un lío", de Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976)




NALU HECHA UN LÍO

Todo empezó hace cinco años, cuando Nalu comenzó a desvivir. Eran los besos de las 11 de la noche. Entre sus trenzas, por supuesto, había una boca besada. Son esos besos en los que la lengua de otra persona se hace tuya. Hay que ver, cinco años ya. Pero ese no es el cuento, porque va más allá. Era la hora de ser, de ir y de venir, de crecer. Así que pasaron cinco años, al fin fue. Es. Es Nalu, hecha un lío. No puede ser de otro modo.

Llevaba 17 años en el planeta y paseaba a lo Machado con Guiomar entre los eucaliptos que margenaban el río. Noviembre le gustaba, porque se pueden robar membrillos, porque da frío cuando uno tropieza y cae en la tierra húmeda, porque ya de noche, y sucia, Nalu montaba en el coche que la llevaba al pueblo. Ese era siempre el mejor momento de su vida. La carretera pedregosa que acercaba el pueblo solo. Iban churretosos, con la mano dada, en la parte de atrás del coche. Todo era, al fin el sarpullido glorioso, orgásmico pero muy muy tranquilo, de sus insultantes 17 tacos. Tranquilo, tranquilo...Domingo tranquilo, tras un viernes amoroso, sentada bajo el póster de Lorca. Se había comprado una maceta. Ubi sunt?

Nalu vuela. Llega a Madrid, cateta. Revienta, llora. Se trajo a Lorca de Granada para imaginarse Malasaña. Era ingenua, tanto... que necesitó que la violara el tiempo. Paco era asqueroso, tenía la lengua negriza del gato, y las piernas enfundadas de cuero como esperando un caballo. La apretó contra el asiento del coche y de un frenazo, tiró todas las cintas de Camarón de la guantera. Cuando llegó a Diego de León, deshizo su vida y se mudó a Colmenarejo. Pero de eso hace ya al menos tres años. Colmenarejo tiene un autobús que te enseña la sierra, y mucha gente que te mira los pantalones rajados. A Nalu le va la Luna. Pero ese año no pudo mirarla. La miopía y los ojos bobos empañados de no llorar le metieron una viga en la pupila. Entonces Juanma le dijo que Nietzsche sabía que el Superhombre se tenía que sentir solo. Ya, pero aquello era demasiao. Nalu no podía sentarse más en el colchón pelado, con los pies cruzados a lo indio, sin tocar el suelo: No existía para ella un lugar en el mundo. Bueno sí, sólo uno: un banco de piedra en el único arriate donde es pensable arañar con un solo dedo la belleza de un libro de Kandinsky.
Nalu es toda pena. Y tonta tantas veces.
Nalu vuelve hoy a despertarse en una cama con la colcha roja. Vive al fin, a gusto con su pena. Sigue añorando que el hombre que al fin la comprenda le respire por las noches en la espalda, y la bese, - pero poco, que luego le pican las pecas -, en los labios mínimos que le quedan entre las trenzas rojas. Pero está convencida de que, en esa matemática, siempre encuentra conjunto vacío. Y mientras sueña con volver a robar membrillos, prefiere agobiarse en mil cursos a distancia, sentir cierta atracción por tener sus cosas ordenadas en la más pura entropía, por buscar talismanes que alimenten la superstición, por que los domingos, como método, le duela la cabeza. En la pared de enfrente de su ventana, hay una enana con la falda de cuadros escupiéndose en el dedo y pintando con el salivajo un letrero en la pared. Bajo la mirada atenta de Lorca en el póster, Nalu anota palabras que en Madrid la gente no sabe: soseído, atear, trapajoso, avío, apañar, escuchimizao, eclipsaico, almorzá... Ama estar sola, mierda para el Nietszche, que se equivocó con lo del Superhombre, mientras contempla a gusto a Camarón que le dice que el sueño va por el tiempo, flotando como un velero...

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